viernes, 1 de mayo de 2009

Anecdotario (3ª visita)

Creo que había nacido antes que la propia población.
Conocida y querida por todos, el pelo gris de la señora aparecía por el fondo de la calle todas las mañanas; ella, pegada a su cabello iba lentamente en busca de algo de comida para sus gatos y galletas para sus visitas. Entrañable, vieja, sabia, loca,…
La vida, suele hacer estragos a las mentes mas brillantes y eso le había ocurrido a ella. Pero sonreía, hablaba, pensaba y amaba. Amaba a cada uno de los seres vivientes de esa pequeña población y todos la amaban a ella. Sin familia real, que no de rey, ella se había hecho una postiza; todo el mundo era su hermano, sus sobrinos, sus amigos. Ella era la “tita” que había enseñado a sumar a los mas pequeños con galletas de chocolate las tardes de verano, a la sombra de las casas destruidas por el abandono y la desidia. Era la que regañaba a los adolescentes traviesos y ellos los que la respetaban y marchaban a otra zona (a seguir incordiando). Ella, como si desayunásemos juntos todas las mañanas, vino a preguntarme un día con esa familiaridad que la caracterizaba, a charlar cual niña curiosa. Qué hacía un hombre como yo tan lejos de la gran ciudad. Sinceramente, no creo que yo aparente un hombre de la gran ciudad. Y menos aun en pleno viaje por el desierto; pero ahí estaba ella, entrando por mis ojos para descubrir cada secreto que guardaba yo al mundo. Encantadora, me regalo galletas y me aconsejó ir aun mas al sur, donde encontraría lo que iba buscando.
No se que es lo que buscaba yo en mis viajes; solo quería ver mas allá de mis raíces. Pero como el que sigue fielmente las estrellas, me fui al sur, y encontré algo muy, muy bueno, pero eso, será otra anécdota.

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